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" ..pero tampoco creas a pie juntillas todo/no creas nunca creas este falso abandono/
estaré donde menos lo esperes/por ejemplo en un árbol añoso de oscuros cabeceos/
estaré en un lejano horizonte sin horas.."


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Grupo Virtual - Una manera distinta de compartir, una manera distinta de comprender



viernes, 30 de julio de 2010

Jorge Luis Borges ante la condición humana

























Borges con su hermana Nora en Suiza, en sus épocas de bachiller.
Foto tomada entre 1914-18.


Datos biográficos


Nació en Buenos Aires (Argentina) el 24 de agosto de 1899 y murió en Ginebra (Suiza) el 14 de junio de 1986. En su adolescencia viajó con sus padres a Europa donde cursó su bachillerato. En España, conoció a Rafael Cansinos Asséns, uno de sus maestros, y se inició en la literatura dentro del movimiento ultraísta, pero pronto lo abandonó para desarrollar un estilo personalísimo. Su formación como erudito fue la de un autodidacta, lector apasionado y pensador infatigable. De regreso a la Argentina, conoció y trató a otro de sus maestros: Macedonio Fernández, y comenzaron a aparecer sus primeros libros a partir de Fervor de Buenos Aires de 1923. Su carrera de poeta, ensayista, relator y traductor tomó un nuevo giro debido a un accidente sufrido en diciembre de 1938, después del cual comenzó a escribir cuentos fantásticos que integraron algunos de sus libros más célebres como Ficciones. Por aquellos años, Borges colaboró en la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, y se hizo amigo personal de Adolfo Bioy Casares, con quien escribió libros en común.

Aunque siempre había tenido problemas en la vista, a partir de 1955 quedó definitivamente ciego y, en la misma época, se lo designó Director de la Biblioteca Nacional. Al año siguiente fue nombrado Profesor de Literatura Inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y recibió también el Premio Nacional de Literatura. En 1961, el Premio Internacional Formentor de Literatura que compartió con Samuel Beckett significó el comienzo de un largo reconocimiento internacional colmado de honores -tales como el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Oxford en 1971-, de viajes, invitaciones y muchos premios -como el Cervantes, recibido en 1979-. Se trata de un autor que produjo literatura durante casi setenta años y que ocupó el primer lugar en las letras argentinas. Las vinculaciones constantes de su obra con la filosofía resultaron siempre enormes. Su último libro fue Los conjurados de 1985.



Concepciones sobre la condición humana

Desde la primera etapa de su obra -a partir de los escritos juveniles- puede reconocerse la huella indeleble del idealismo en su pensamiento, que continuará a lo largo de toda su producción, particularmente del idealismo de George Berkeley, expresado en su libro Los principios del conocimiento humano, y resumido en el lema “esse est percipi” con el cual Berkeley negaba la existencia independiente de la materia y afirmaba que el mundo no existe fuera de nuestra percepción. Dos ejemplos evidentes pueden leerse en: el poema “Amanecer” de su primer libro, en el que se conjetura que, como el mundo es el resultado de la mente, en las horas del sueño hay un instante en que peligra desaforadamente el ser de toda la ciudad de Buenos Aires: el instante del alba, en el que sólo algunos trasnochadores sueñan el mundo; y en el cuento “Tlön, Uqbar,Orbis Tertius” donde se lee : “Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica [...]”, frase que demuestra la permanencia del idealismo berkeliano a lo largo del tiempo y en la obra de su madurez. Este idealismo le brindará una suerte de distanciamiento de la realidad, en especial de la realidad social, y envolverá su concepción de la condición humana en un manto de irrealidad en el que se jugará estéticamente con la idea de que el mundo “es una actividad de la mente/un sueño de las almas”. Este idealismo mezclado con un toque de orientalismo -tendencia de muchos escritores argentinos durante fines del XIX y comienzos del XX- lo llevará a constantes juegos de su pensamiento sobre la apariencia engañosa de lo que llamamos realidad cuando sólo es un manto irreal, como un espejismo, y sobre la negación del yo, lo cual lo condujo a desarrollar un estilo lleno de modalizaciones que serán la expresión física de un pensamiento sobre lo incierto, lo ambiguo, lo que se diluye, las infinitas posibilidades del pensamiento que puede admitir bifurcaciones, repeticiones, contradicciones lógicas y estructuras paradojales que disuelven el tiempo y el espacio y, por ello, su concepción de la condición humana carecerá de todo sentido histórico a un punto tal como en pocos escritores se ha dado. El Borges real dirá así que no es necesario leer el diario porque siempre sucede lo mismo. El Borges escritor expresará una y otra vez, que somos Caín y Abel, Shakespeare, Keats o César y que todos los autores son un solo autor. La concepción de un tiempo circular, en el que volvemos al mundo como en la teoría de la metempsicosis será particularmente un juego estético, más que una concepción histórica.

El idealismo se asocia en él con un nominalismo evidente en el que el conocimiento de la realidad es casi imposible, porque para ordenar los datos de nuestros sentidos y de nuestra conciencia debemos recurrir al lenguaje pero este instrumento nos falsea la realidad porque la abstrae, la conceptualiza, la sistematiza, la deforma de modo tal que los humanos quedamos atrapados en sus redes conceptuales, en sus enunciados y no podemos llegar a conocer o a experimentar completamente la realidad profunda; para Borges, en Otras Inquisiciones, existen los realistas y los nominalistas y están enfrentados (los realistas creen que pueden lidiar intelectualmente con los problemas del ser y de la realidad profunda; y los nominalistas creen que están obligados a detenerse en los problemas del lenguaje como Hume, G. E. Moore, Wittgenstein, Fritz Mauthner, y otros pensadores que Borges eligió como hipotextos). La red del lenguaje impide la llegada a la verdad absoluta y, por lo tanto, todas las voces son atendibles.

A contrapelo de todo dogmatismo y de toda certeza absoluta, el pensamiento de Borges presenta pocas convicciones sin doblez acerca de la condición humana y es por ello que vale la pena destacarlas especialmente.

En primer lugar, la filosofía aparece en su pensamiento como una rama de la literatura fantástica sin que esta conceptualización vaya en desmedro de ella, sus diferentes sistemas son construcciones que lo asombrarán placenteramente hasta el punto de convertirlos en temas constantes de su obra, pasará revista a muchos sistemas (Pitágoras, Heráclito, Parménides, Platón, Plotino, Descartes, Pascal, Voltaire, Leibnitz, Vico, Croce, Nietzsche, Bertrand Russell y tantos otros) pero jamás se adherirá dogmáticamente a ninguno de ellos ya que no los considera dueños de la verdad absoluta. Los sistemas son como piezas literarias maravillosas creadas por el hombre y, a veces, más profundas, son como metáforas que intentan hablar de lo indecible. El hombre debe recorrer esos sistemas, el laberinto de las bibliotecas como una forma elevada y plena de vida, aunque no necesariamente de felicidad.

En segundo lugar, el hombre está siempre un poco perdido en un mundo brumoso, como en la frase del Evangelio: “Videmus nunc per speculum in aenigmate”, perdido en el “laberinto del universo” -como ha afirmado Jaime Rest-, perdido como intelectual en el laberinto de las fuentes literarias y filosóficas -como ha escrito Roger Caillois-. A menudo no sabe realmente quién es ni qué ha venido a hacer a este mundo hasta el instante revelador y epifánico en que entiende, al ver llegar la hora de su muerte, cuál es su destino; para enfrentar ese magma incierto, debe ser valiente. La valentía y su vertiente, el culto del coraje, son valores permanentes en la obra borgeana que lo eslabonan con el pensamiento argentino que lo precedió. Con este culto se relaciona el sentido épico, la valorización de lo épico en su obra, de las empresas militares, del uso de la espada, ya sea desde las empresas lejanas de los vikingos hasta las más cercanas de sus antepasados militares que pelearon batallas y vertieron su sangre por la patria; y pertenecen a él, asimismo, todas las exaltaciones estéticas de las “filosofías del arrabal porteño”, de los malevos, “taitas”, de los duelos a cuchillo, de las mujeres como La Lujanera -de su relato “Hombre de la esquina rosada”- que se van con el más valiente.

Con ese culto y ese “deber ser” se relaciona también su profunda adhesión al estoicismo -que en su vida personal se tradujo como valentía asombrosa frente a la ceguera-, con derivados tales como la parquedad en la expresión de los sentimientos íntimos, lo inaceptable de la queja varonil, el decoro casi victoriano, la amistad tramada de sentimientos tácitos y expresiones lacónicas entre varones recios.

En tercer lugar, la literatura de Borges no puede ser comprendida fuera del país de origen porque el lugar marca al hombre en su existencia, tanto en la primera etapa criollista como en los años maduros en los que escribía milongas; esta característica armoniza perfectamente con su universalidad y con la apelación constante de la enciclopedia de la cultura universal; dicho simplemente: el hombre que medita sobre la interpretación de Platón es el mismo que exclama que las calles de Buenos Aires son la entraña de su alma. La unión de diversos campos del saber ha hecho que señalaran su obra como un territorio de epistemologías transversales como, por ejemplo, cuando se atreve a “aplicar el principio de los indiscernibles de Leibnitz a los problemas de la individualidad y del tiempo”.

Y, por último, no es posible entender su obra ni sus conceptos bastante nihilistas sobre la condición humana sin tener en cuenta su humor refinado, sutil y a menudo irónico.

Desde el punto de vista político, el Borges maduro fue fiel a la clase que perteneció: la burguesía. Fue anti-populista y sintió horror por la demagogia, enemigo de figuras históricas como Rosas y Perón. Cultivó una suerte de liberalismo que incluía muchas ideas conservadoras. Aunque de joven había admirado a la Revolución Rusa, de viejo firmó manifiestos contrarios a la Revolución Cubana y aceptó un premio de manos del General Pinochet de Chile que -según muchos- impidió le fuera otorgado más tarde el Premio Nobel de Literatura. Aunque en su vida personal fuera incapaz de las crueldades que desplegó el gobierno militar de Argentina durante la época denominada “el Proceso”, como intelectual no las rechazó explícitamente lo suficiente y sólo en los últimos años comenzó a interesarse por el caso de algunos desaparecidos.

En “Anatomía de mi Ultra”, de 1921, Borges distingue dos tipos de mentalidad humana: la impresionista, en la que el individuo se abandona al ambiente, se deja impregnar por él y la expresionista, en la que el ambiente es instrumento del individuo; a estas dos mentalidades corresponderían dos estéticas: la de los espejos, que es pasiva; y la de los prismas, que es activa. Por ello, llama a una de sus primeras revistas Prisma e integra el ultraísmo, tanto en España como en Argentina, al que reconoce como una forma del expresionismo.

Una curiosidad de sus años juveniles es el bolchevismo inicial, entendiendo por tal el enorme entusiasmo de carácter épico-poético que la Revolución Rusa bolchevique despertó en el joven Borges, quien nunca, ni siquiera en aquellos momentos, fue un escritor marxista. Su bolchevismo, en cambio, estuvo íntimamente vinculado a su anarquismo inicial.

Varios poemas dan cuenta de aquella ilusión trágica, que era esperanza en un mundo y en un hombre nuevo, en una revolución que brindara condiciones diferentes. Las bayonetas se ven en esa poesía llevando en su punta las mañanas, el mañana, el futuro. El discurso poético construye también una escenografía de vanguardia: “El mundo se ha perdido y los ojos de los muertos lo buscan” (“Trinchera”) ; “Bajo estandartes de silencio pasan las muchedumbres” (“Rusia”); “La estepa es una inútil copia del alma” (“Guardia Roja”); “Las barricadas que cicatrizan las plazas/ vibran nervios desnudos” (“Gesta Maximalista”).

Sobre el bolchevismo del primer Borges se operó una estrategia de “borramiento” de la que él fue uno de los agentes más activos. La historia de la publicación de “Guardia Roja” da cuenta, como ejemplo, de los años de silencio y ocultamiento para el público de Buenos Aires. Se publicó en Ultra de Madrid en 1921, en francés, dentro de Rythmes rouges en 1992; pero en Buenos Aires y en castellano recién en 1997.

Sin embargo, este entusiasmo izquierdista existió y lo traspasó, en el sentido literal de pasar a través y no permanecer, y le dejó quizá sólo una ínfima gota de energía. Otra iba a ser su Revolución: la de su obra.

El anarquismo inicial era una herencia de su padre, Jorge Guillermo, quien fue un anarquista spenceriano admirador de William James y, autor de la novela El Caudillo, su padre parece haber sido también lector de dos periódicos anarquistas : El Obrero de Alberto Ghiraldo y el Sol. Jorge Luis llegaría, por su parte, a editar en algunas revistas anarquistas durante su primera juventud. Algo del anarquismo borgeano es también herencia de Macedonio Fernández: un sábado a la noche, en una velada de “La Perla del Once”, Macedonio con Borges, Fernández Latour y Santiago Dabove planean escribir una novela titulada El hombre que sería presidente. De ella, decía Borges: “El argumento ideado por mí y todavía muy esquemático [...] trata de los medios empleados por los maximalistas para provocar una neurastenia general en todos los habitantes de Buenos Aires y abrir así el camino al bolchevismo”. Uno de los libros que Borges destruyó se titulaba Los naipes del tahúr y era un ensayo literario-político anarquista, en el que se expresaba a favor del pacifismo. De esa tendencia, mantuvo siempre la idea de la necesaria disolución de la concentración del poder fuerte, y su insistencia en que los gobernantes sólo debían ser funcionarios eficientes de los que ni recordáramos el nombre.

Alejandro Vaccaro transcribe en su libro Georgie, una tempranísima opinión de un crítico inteligente, que en los años veinte decía : “Borges, un gran poeta, será un clásico mañana. Debería librarse de un peligro que apunta en sus poemas ahora: el eticismo poético”. Ese crítico era Tomás de Lara y su perspicacia fue enorme. En efecto, el eticismo -que nadie considera ahora como un peligro- es una de las características no sólo de la poesía sino de toda la literatura borgeana, los valores éticos impregnan su discurso; la importancia dada al honor no está fuera de él.

Casi todos los críticos señalan que en la etapa final de su obra, aparece un estilo que fue llamado el Borges transparente, se trata de una escritura y pensamiento clásicos, de mucha claridad conceptual y lingüística, con el logro de una gran sencillez y economía expresiva; período en el que se subraya la percepción de arquetipos por detrás de todas las cosas y la aceptación y hasta el deseo de la muerte.

Borges ha reescrito continuamente su obra y de algunos poemas existen más de diez versiones porque ha sido un escritor cuidadoso de la forma y ha expresado, entre todas sus filosofías de la perplejidad, que la vida humana -a pesar de los arquetipos que manifiesta- es esencialmente lenguaje, el hombre sólo puede moverse entre el lenguaje, reescribirse a sí mismo y también soñar y perderse entre los laberintos de la lengua. La condición humana reside en ese laberinto y en la valentía de construirlo ante el asombro de la vida.

La obra de Jorge Luis Borges es una de las que más escritos ha suscitado durante el siglo XX y lo que va del XXI.

Algunas citas de su obra :

Tanta soberbia el hombre y no sirve más que pa´juntar moscas (“Hombre de la esquina rosada”).

El tiempo es la substancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero soy el fuego. (“Nueva refutación del tiempo”).

La voz de Dios le contestó desde un torbellino : Yo tampoco soy ; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie (“Everything and Nothing”).

El vertiginoso regressus in infinitum es acaso aplicable a todos los temas (“Avatares de la Tortuga”).

Yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica (“Borges y yo”).

No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto (“Buenos Aires”).

Siempre el coraje es mejor,
La esperanza nunca es vana (“Milonga para Jacinto Chiclana”).


Teresa Alfieri
Junio de 2004

fuente:
© 2003 Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.