María Kodama
FOTO: CAROLINA CAMPS
Por Luz Laici y Diego Rojas
Cuando se la observa mientras camina, la figura de María Kodama parece flotar. Hay en ella algo de ligereza, de suavidad deslizándose por las veredas; quizá los colores claros que viste siempre, tal vez el pelo blanco, los pasos cortos. A lo lejos, nadie sospecharía que la sola mención de su nombre es excusa para la polémica. Que fue la mujer elegida por Jorge Luis Borges para que lo acompañara durante sus últimos años. Que es la depositaria tanto de las virtudes públicas como de los secretos mejor guardados del escritor más grande de la literatura argentina. Amada y odiada, heredera universal de Borges, Kodama dedica con devoción su vida a la difusión de su obra. Muchos de sus detractores argumentan que lo hace de manera arbitraria, que se apropió de la memoria del autor de Ficciones. Otros celebran ese sacerdocio que mantiene vivo un legado que pertenece a la cultura universal. Antes de presentar Borges atemporal, el espacio de la fundación que preside Kodama en el festival Código País –instalaciones artísticas que abordan el tiempo con una mirada borgeana que, según muchos, anticipó el fenómeno de Internet–, la albacea de Borges conversó con Veintitrés y reveló aspectos inéditos de la vida del creador. Desde las duras posiciones que sostuvo sobre Adolfo Bioy Casares hasta su apelación a un sanguinario rey bíblico, en un diálogo íntimo que suscitó tanto amabilidades como asperezas.
–Borges tenía intereses poco sospechados en un escritor. Guillermo Martínez escribió sobre su relación con la matemática. ¿Qué otras cuestiones le despertaban curiosidad?
–Le interesaba, por ejemplo, la ruleta. Le atraía la cosa mental, la parte estadística. Había llegado a inventar unas seis o siete martingalas diferentes.
–Una revelación: Borges timbero.
–No, nunca jugó a la ruleta. Le gustaba calcular probabilidades.
–Quienes conocen poco la obra de Borges creen que es aburrida y lo ven como un hombre severo y sin humor. ¿Era diferente?
–Era muchas cosas, pero acá la gente tiende a pensar eso. Encasilla porque tiene la mentalidad cuadrada. Cuando en lugar de ir a bailar prefería estar con Borges, mis compañeros de colegio me decían: “No, es viejo, los laberintos, cómo no vas a venir con nosotros”. Les respondía: “Sí, será viejo y estarán los laberintos, pero es fascinante, vengan”. Ellos se lo perdieron.
–¿Cómo le explicaría a un chico quién era Borges, cuál es su atractivo?
–Si un chico lee una página de Borges y no le atrae, es inútil que yo se lo diga. Lo leí cuando era chica y no entendí nada, pero sentí que tenía algo extraño, diferente. Quise entender ese mundo. Tenía diez u once años.
–¿Qué fue lo primero que leyó de Borges?
–Las ruinas circulares... Ah, no, lo primero fue un poema que me leyó una profesora de inglés, cuando tenía cinco años. Me leía en inglés, hacía el resumen, me lo decía en español y seguía leyendo. No sé si aprendí inglés, pero fue fascinante.
–Y después conoció a Borges...
–Sí, empecé a estudiar anglosajón, después islandés. Tenía 16 años.
–Entonces conoció el humor de Borges.
–No sé si humor. Tenía ironía, que es mucho más sutil y divertida, te hace reír, sonreír, y las cosas son dichas de una manera graciosa, distinta. A veces el humor es un poco agresivo y Borges no lo era.
–¿Vio Borges, los extractos del diario de Bioy que narran la relación entre ellos?
–No, eso mejor no verlo.
–¿No lo hojeó?
–No, amigos míos me leyeron algunas partes.
–Parece un libro revelador. Bioy reproduce las tertulias que compartió con Borges. Se reúnen, producen teorías y hablan mal de muchos de sus contemporáneos.
–Y esa es la parte más repugnante, porque con los amigos hablás desnudo, en confianza. Como cuando amás a alguien y levantás todas las barreras. Si digo: “Mirá qué estúpido es fulano de tal”, está suavizado por el tono de mi voz, por el gesto, por la intimidad del momento. Si el amigo íntimo de Borges anota eso con la cobardía –ese es el concepto que tenía Borges de Bioy, que era un cobarde– de que se publique cuando los dos hayan muerto, demuestra una línea interior y moral de esa persona, una bajeza de espíritu enorme. Si lo hubiera publicado en vida no diría esto, porque él hubiera asumido lo que escribió. Publicó que Borges comía con las manos. ¿De quién habla mal eso? ¿De Borges o del anfitrión que habla así de un amigo ciego que lo ayudó en su carrera? Porque sin Borges él no hubiera existido. Borges comió conmigo desde los comedores estudiantiles de las fraternities en los Estados Unidos hasta un almuerzo con el marido de la reina de Inglaterra. Nadie lo vio comer con las manos porque para eso estaba yo, para ayudarlo. Bioy es el Salieri de Borges y lo dice en una frase genial porque toda persona perversa, a la larga, se cava su propia fosa. Dice: “El crítico fulano de tal, con el pretexto de alabar mi obra, la hunde, la cocina, la sancocha comparándola permanentemente con la obra de Borges”. La clave del libro es esa frase.
–Ese diario también es un documento.
–No, ¿es un documento escribir que una persona come con las manos, si es ciega? Me parece que tenemos un concepto distinto.
–También revela proyectos...
–La literatura. Eso está bien. Me refiero a la parte negativa, bastante densa.
–Bioy era un grafómano...
–Además... qué les parece un hombre que en su diario, biografía o no sé qué, revela no sólo el nombre de las mujeres con las que hizo el amor, muchas casadas con hijos, sino también cómo las sedujo. ¿Eso es un hombre? Te pregunto a vos que sos hombre.
–Un caballero no tiene memoria...
–No discuto la literatura.
* La nota completa, en la edición impresa de Veintitrés.
http://www.elargentino.com/nota-86606-medios-120-El-otro-Borges.html
Cuando se la observa mientras camina, la figura de María Kodama parece flotar. Hay en ella algo de ligereza, de suavidad deslizándose por las veredas; quizá los colores claros que viste siempre, tal vez el pelo blanco, los pasos cortos. A lo lejos, nadie sospecharía que la sola mención de su nombre es excusa para la polémica. Que fue la mujer elegida por Jorge Luis Borges para que lo acompañara durante sus últimos años. Que es la depositaria tanto de las virtudes públicas como de los secretos mejor guardados del escritor más grande de la literatura argentina. Amada y odiada, heredera universal de Borges, Kodama dedica con devoción su vida a la difusión de su obra. Muchos de sus detractores argumentan que lo hace de manera arbitraria, que se apropió de la memoria del autor de Ficciones. Otros celebran ese sacerdocio que mantiene vivo un legado que pertenece a la cultura universal. Antes de presentar Borges atemporal, el espacio de la fundación que preside Kodama en el festival Código País –instalaciones artísticas que abordan el tiempo con una mirada borgeana que, según muchos, anticipó el fenómeno de Internet–, la albacea de Borges conversó con Veintitrés y reveló aspectos inéditos de la vida del creador. Desde las duras posiciones que sostuvo sobre Adolfo Bioy Casares hasta su apelación a un sanguinario rey bíblico, en un diálogo íntimo que suscitó tanto amabilidades como asperezas.
–Borges tenía intereses poco sospechados en un escritor. Guillermo Martínez escribió sobre su relación con la matemática. ¿Qué otras cuestiones le despertaban curiosidad?
–Le interesaba, por ejemplo, la ruleta. Le atraía la cosa mental, la parte estadística. Había llegado a inventar unas seis o siete martingalas diferentes.
–Una revelación: Borges timbero.
–No, nunca jugó a la ruleta. Le gustaba calcular probabilidades.
–Quienes conocen poco la obra de Borges creen que es aburrida y lo ven como un hombre severo y sin humor. ¿Era diferente?
–Era muchas cosas, pero acá la gente tiende a pensar eso. Encasilla porque tiene la mentalidad cuadrada. Cuando en lugar de ir a bailar prefería estar con Borges, mis compañeros de colegio me decían: “No, es viejo, los laberintos, cómo no vas a venir con nosotros”. Les respondía: “Sí, será viejo y estarán los laberintos, pero es fascinante, vengan”. Ellos se lo perdieron.
–¿Cómo le explicaría a un chico quién era Borges, cuál es su atractivo?
–Si un chico lee una página de Borges y no le atrae, es inútil que yo se lo diga. Lo leí cuando era chica y no entendí nada, pero sentí que tenía algo extraño, diferente. Quise entender ese mundo. Tenía diez u once años.
–¿Qué fue lo primero que leyó de Borges?
–Las ruinas circulares... Ah, no, lo primero fue un poema que me leyó una profesora de inglés, cuando tenía cinco años. Me leía en inglés, hacía el resumen, me lo decía en español y seguía leyendo. No sé si aprendí inglés, pero fue fascinante.
–Y después conoció a Borges...
–Sí, empecé a estudiar anglosajón, después islandés. Tenía 16 años.
–Entonces conoció el humor de Borges.
–No sé si humor. Tenía ironía, que es mucho más sutil y divertida, te hace reír, sonreír, y las cosas son dichas de una manera graciosa, distinta. A veces el humor es un poco agresivo y Borges no lo era.
–¿Vio Borges, los extractos del diario de Bioy que narran la relación entre ellos?
–No, eso mejor no verlo.
–¿No lo hojeó?
–No, amigos míos me leyeron algunas partes.
–Parece un libro revelador. Bioy reproduce las tertulias que compartió con Borges. Se reúnen, producen teorías y hablan mal de muchos de sus contemporáneos.
–Y esa es la parte más repugnante, porque con los amigos hablás desnudo, en confianza. Como cuando amás a alguien y levantás todas las barreras. Si digo: “Mirá qué estúpido es fulano de tal”, está suavizado por el tono de mi voz, por el gesto, por la intimidad del momento. Si el amigo íntimo de Borges anota eso con la cobardía –ese es el concepto que tenía Borges de Bioy, que era un cobarde– de que se publique cuando los dos hayan muerto, demuestra una línea interior y moral de esa persona, una bajeza de espíritu enorme. Si lo hubiera publicado en vida no diría esto, porque él hubiera asumido lo que escribió. Publicó que Borges comía con las manos. ¿De quién habla mal eso? ¿De Borges o del anfitrión que habla así de un amigo ciego que lo ayudó en su carrera? Porque sin Borges él no hubiera existido. Borges comió conmigo desde los comedores estudiantiles de las fraternities en los Estados Unidos hasta un almuerzo con el marido de la reina de Inglaterra. Nadie lo vio comer con las manos porque para eso estaba yo, para ayudarlo. Bioy es el Salieri de Borges y lo dice en una frase genial porque toda persona perversa, a la larga, se cava su propia fosa. Dice: “El crítico fulano de tal, con el pretexto de alabar mi obra, la hunde, la cocina, la sancocha comparándola permanentemente con la obra de Borges”. La clave del libro es esa frase.
–Ese diario también es un documento.
–No, ¿es un documento escribir que una persona come con las manos, si es ciega? Me parece que tenemos un concepto distinto.
–También revela proyectos...
–La literatura. Eso está bien. Me refiero a la parte negativa, bastante densa.
–Bioy era un grafómano...
–Además... qué les parece un hombre que en su diario, biografía o no sé qué, revela no sólo el nombre de las mujeres con las que hizo el amor, muchas casadas con hijos, sino también cómo las sedujo. ¿Eso es un hombre? Te pregunto a vos que sos hombre.
–Un caballero no tiene memoria...
–No discuto la literatura.
* La nota completa, en la edición impresa de Veintitrés.
http://www.elargentino.com/nota-86606-medios-120-El-otro-Borges.html