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" ..pero tampoco creas a pie juntillas todo/no creas nunca creas este falso abandono/
estaré donde menos lo esperes/por ejemplo en un árbol añoso de oscuros cabeceos/
estaré en un lejano horizonte sin horas.."


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Grupo Virtual - Una manera distinta de compartir, una manera distinta de comprender



viernes, 20 de agosto de 2010

SILVAS DE MI SELVA EN OCASO


SILVAS DE MI SELVA EN OCASO
Julie Sopetrán

Ediciones Torremozas 1985

Introducción: Aurora de Albornoz – ISBN: 84-86072-30-1








APUNTES
Escribí este libro en Sopetrán, observando, viviendo y sintiendo los atardeceres de un lugar que me vio crecer.
Las puestas de sol me fascinaban en un paisaje castellano, para muchos, desconocido. Puedo decir que es un libro nacido de la tierra y del sentimiento, del entusiasmo por crear y recrear lo vivido día a día en mi adolescencia. Los paseos frente al ocaso, el ver y contemplar como se borra cada día en la aparente monotonía de Castilla.

fotografía: Julie Sopetrán



Es un libro de la tierra en consonancia con el arte, con ese deseo de pintar que también, en algún momento, siente el poeta. Porque la poesía es una pintura que tiene voz. Porque la voz interior es esa pintura que se extiende en versos tan sólo con mirar los colores de un atardecer.
Vivía y trabajaba en Madrid, cuando publiqué este libro. Pero todos los fines de semana los pasaba en Sopetrán con mis padres. Yo residía por entonces en La Guindalera, en la calle Méjico número 15, de Madrid; mi vecina era la escritora Aurora de Albornoz, con la que conversaba mucho de poesía, de poetas, de ambientes literarios, de viajes, de exilios, de posguerras. A través suyo, conocí a Pepe Hierro, a Gloria Fuertes, a su sobrino, Premio Nóbel de Medicina, Severo Ochoa, con el que tuve el placer de compartir un almuerzo en la casa de Aurora de la calle Méjico, donde él venía de vez en cuando a conversar con ella. Conocí a bastante gente relacionada con la literatura.
Ya había terminado mi libro: Silvas de mi selva en ocaso, y me atreví a enseñárselo, por entonces Luzmaría Jiménez Faro y Antonio Porpetta, dueños de Editorial Torremozas, que ya habían contactado conmigo para la publicación de este libro en su colección de Poesía de Mujeres, tanto noveles como consagradas. Cuando les hablé que Aurora, que además de vecina, era amiga y, les dije que le había dado el libro con intención de que me diera una primera opinión de lectura antes de publicarlo, -y también por saber si el trabajo era publicable- Luzmaría y Antonio, se entusiasmaron, pensando que Aurora podría ser la persona idónea que me hiciera el prólogo, dado su prestigio como crítica literaria.
Pasó un tiempo y no quise forzar dicha lectura. Hasta que un día Aurora me dijo que ya lo había leído y quería hablarme del trabajo realizado. Fue entonces cuando me dijo que el libro le había gustado mucho y lo veía publicable, le propuse que me escribiera ella el prólogo y lo aceptó sin excusa. Pienso que no se comprometió demasiado conmigo, pero era normal yo estaba dando mis primeros pasos y ella era una escritora muy conocida. Fue más que suficiente en aquellos inicios de mi poética. Pues todo esto sucedió cuando Aurora todavía no me conocía demasiado. Y cuando nuestra amistad no era tan entrañable como lo fue después. Cuando murió, yo fui una de esas pocas personas que estaba a su lado. Y ella murió antes que su mamá, que tenía cerca los cien años.
Después de escribir este libro, sentí una gran necesidad de pintar. Una tarde, entré en una tienda de arte y compré los colores de óleo que quería usar, casi todos marrones en distintas tonalidades, una espátula, un lienzo, no demasiado grande, y algún aceite. Recuerdo que aquel fin de semana, a las dos de la mañana y con una vela, ya que no teníamos luz eléctrica en el campo, me entusiasmé con la pintura y convertí mi cuarto en auténtica paleta de colores. Desde aquel día habré pintado más de doscientos cuadros, de los que conservo dos o tres, todos se los llevaron mis amigos o aquellas personas que me decían que les gustaba lo que hacía. Vendí alguno, pero eso sí, nunca me propuse estudiar nada relacionado con la pintura. Toda mi experiencia es espontánea, completamente abstracta. Interesándome especialmente por los colores y las impresiones que las mezclas producen. Luego pasé a pintar cuadros más grandes y puedo decir que, a este libro le debo mi contacto con ese otro mundo tan cercano a la poesía como es la pintura.
No me considero artista, conozco mis limitaciones “ilimitadas” y me considero una atrevida a la hora de exponer aquello que me inspira el instante en color.
Siempre me apasionó el estudio de la métrica, y quise titular este libro con el nombre de silvas porque fue un experimento en mi poética, mi interpretación de la silva en la selva de ocaso, el atardecer, la mezcla de colores sin límite. La primera edición de este libro salió en Septiembre de 1985. Ediciones Torremozas. Un libro que se agotó inmediatamente y aún conservo un ejemplar.


Aurora de Albornoz firma el prólogo que titula:

PALABRAS ANTE UNAS PALABRAS

Hace ya más de un siglo, los ojos de los pintores impresionistas se abrieron para pintar luces, sombras, colores o matices cambiantes, tal como sus miradas los percibían. Y así, mirando con ojos nuevos, llegaron a ver más hondo; a captar lo oculto para las miradas de los otros. Los poetas aprendieron la lección, profundizaron en ella y, en algún caso, fueron más lejos ya que la poesía, o ya que por la poesía es posible no sólo ver, sino además, oír, oler…Desde hace un siglo por lo menos, cuando el poeta se sitúa ante un paisaje, mira, oye, huele… Esta afirmación, válida –me parece— si hablamos de la poesía actual, sirve para entender mejor la de los creadores de la poesía moderna (nuestros abuelos). Ellos, los simbolistas de finales del siglo pasado –o, ateniéndonos a nuestra literatura, los líricos modernistas—expresaron magistralmente esa sensorialidad que no se agota e sí misma; ellos percibieron el misterioso hilo que les unía a las cosas –árbol, flor o nube, si de naturaleza hablamos–; intuyeron que cada cosa tiene un alma; que cada cosa—agua o brizna de hierba—posee un lenguaje de secretos signos… Y nosotros, herederos de ellos, aunque el hecho nos pase desapercibido, sabemos –como ellos—que es preciso agudizar todos los sentidos porque son los sentidos el camino que lleva al sentimiento. ¿Lo saben, así tan objetivamente, los poetas de hoy?, ¿lo intuyen?, ¿lo ha pensado Julie Sopetrán, quien, sin duda, ha elegido esa vía de conocimiento para entenderse y entender a las cosas que ama? Ignoro si lo ha pensado, pero ahí está su libro-poema, estas silvas que, desde el comienzo nos hacen ir viendo –sin prescindir de olores, sonidos o sensaciones táctiles—un espacio lleno de cosas –de elementos de la naturaleza—que nuestros ojos recrean. No somos aquí meros espectadores; más bien: vemos, entramos, y, finalmente, sentimos: sentimos que un cuadro, o varios cuadros superpuestos, se han ido haciendo ante nosotros que, siguiendo los trazos –los versos—de la poetisa, caminamos, contemplamos, descansamos. Y, con ella, participamos en ese diálogo con las cosas, traducido en palabras.Palabras que componen un “libro-poema”, o “poema-libro”, más bien que un “libro de poemas”. Porque indudablemente, la unidad del conjunto llama la atención desde la primera lectura. No se nos puede escapar el hecho de que el texto inicial –Lienzo— podría ser subtitulado: Prólogo. En él, la poetisa nos sugiere no sólo el tema del conjunto, sino, además, el tono: tono ligeramente nostálgico –nunca triste–, contenido y emocionado a un tiempo.El “poema-libro” tiene un desarrollo sin duda bien estudiado: el cuadro-de-alma que la poetisa va trazando necesita, al comienzo, los elementos materiales para la construcción –“pinceles-árboles”, paleta, etc.–; al poseer los materiales la creadora intenta esbozar ya “retablos”, ya “bodegones”, ya “murales”,… (como indican los títulos de varios poemas); pero, no conforme aún con esto, desea ver e interpretar lo visto de acuerdo con diversas escuelas pictóricas (Impresionismo, Expresionismo, Cubismo… se llaman algunos de esos fragmentos). Todo concluye en un texto final: Copia (que podría rebautizarse: Epílogo). Interesante epílogo o conclusión, sugeridor de varias posibles lecturas. Obviamente “copia” en su sentido literal: hablando en términos pictóricos, reproducción de algo ya creado. Más, la ubicación del poema –cerrando el conjunto—tiene un claro sentido: el libro escrito, este que la autora titula Silvas de mi selva en ocaso, se transforma, en su totalidad, en “copia” de la parcela de la naturaleza, creada antes que el libro y en él reproducida; un paso más, y sin forzar interpretaciones, fácilmente podríamos concluir que todo arte es “copia”: copia de la vida. Aún cabe aventurar una lectura más profunda: en la cosmovisión de Julie Sopetrán creo advertir algo como una herencia –tal vez subconsciente—de ideas neoplatónicas: las cosas que ve acaso son mero reflejo de realidades esenciales, que la palabra intenta parcialmente develar.A pesar de la pintura, me he referido siempre a “poema-libro” y no a “poema cuadro” (o cuadros). Y ello, porque la obra pictórica es siempre espacial sólo. No así la poesía; no así este “cuadro” (cuadros), “con el tiempo dentro” –dicho en palabras de Juan Ramón–. Cuadro (cuadros) que escapa de su marco para ir hacia un pasado o un presente en continuo fluir: “viendo pasar al Sol por mi memoria”… “no se puede despintar al tiempo”… “han quedado grabados/en madera de tiempo”…Como estas líneas no pretenden ser una “crítica”, dejo a los críticos posibles la oportunidad de detenerse en temas tales como la reflexión sobre poesía –explícita en algún texto—o en notas tan interesantes como ese vocabulario, rico en términos auténticamente “populares”. Que ellos –los críticos posibles—y, sobre todo, los lectores de poesía, descubran por su cuenta la que hoy entrega Julie Sopetrán.

Aurora de Albornoz

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La luz del ocaso ilumina mi alma


LIENZO

¿No te he contado nunca
que arriba sobre el cerro
hay un estanque de agua?
Ahora en invierno es tela
donde dibujo el llanto:
pañuelo transparente,
aceitunado,
que envuelve en sus encajes
este dolor de soledad que espanta.
En estas tardes lóbregas
cuando el sueño se pierde en red de pájaros
subo con mis pinturas
y en la tela de cáñamo y de charca
emborrono mi espíritu
y perdida entre el musgo
viendo pasar el Sol por mi memoria
espero a que florezca el firmamento
para mostrar al hacedor mi sarga.

PINCELES

Son mangos de madera
que están pintando luz
y cielo y fuego y mar.
Son árboles plantados a destiempo
que crecieron rebeldes
tan sólo por vivir de su hermosura.
Son cipreses esbeltos
describiendo la vida en bodegón.
Son cedros resaltando
lo agradable y lo bello.
Son acacias buscando blanco y rosa.
Son robles duros describiendo estepas.
Son abetos pintando horizontal
el sueño de mi barro.
Son chopos amarillos
plasmando los relieves.
Son olmos envolviendo entre sus brazos
el surco quebrajoso.
Son álamos gigantes
definiendo la gama
del impacto que logran los matices.

PALETA

Mil colores sin luz se han derretido
en el hielo manchado de mi aljibe,
cetrinos montes, herbazales secos,
marrones mantas, amarillas vegas,
lomas de cera, grises,
azul marino en cerro
y un malva oscuro recostado en alma
de montaña apacible.
Campo de hornada luz iridiscente,
Sol libando agua dulce
mezcla de palpitar y de tiniebla,
fusión vertida en ondulado lecho
leche de Sol amamantando brisa
en mis labios saciados
y el color de la tarde
en dádiva amorosa
acumulado en beso de silencio
se desborda en besanas
hasta pintar de corazón las horas.

Julie Sopetrán


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